Catalina McAuley nació en Irlanda en septiembre de 1778. Su padre, un caballero católico que murió cuando ella era muy pequeña, le transmitió la compasión por las personas pobres. A los 48 años, Catalina heredó una gran fortuna y la utilizó para construir la primera Casa de Misericordia para mujeres y niños abandonados y maltratados de los barrios pobres de Dublín. Socorriendo a los empobrecidos, a los enfermos y a los faltos de educación, esta gran mujer manifestó el amor misericordioso de Jesús. Posteriormente, otras mujeres se le unieron en el trabajo, viviendo en comunidad y compartiendo su fe. Catalina reconoció las muchas necesidades de la gente empobrecida en el siglo XIX en Irlanda y decidió que ella y mujeres como ella podían aportar sus manos y su corazón.
La Casa de Misericordia fue inaugurada el 24 de septiembre, fiesta de Nuestra Señora de la Merced. Y aunque originalmente, no tenía intención de fundar una congregación religiosa, sino constituir un grupo de laicos trabajando en favor de los necesitados, el arzobispo de Dublín impresionado por sus cualidades y buenas obras le recomendó que reconsiderara su posición; y en diciembre de 1830 Catalina y dos compañeras iniciaron el camino de las Hermanas de la Misericordia profesando al año siguiente. Cuando a la hora de su muerte en 1841 pudo entonar su Nunc dimittis ya había establecido 12 fundaciones en Irlanda y dos en Inglaterra con más de 150 religiosas.
El Papa Juan Pablo II la declaró venerable el 9 de abril de 1990. Sigue su causa en proceso de beatificación.
Mis sueños por las noches son tan vívidos, que no estoy segura de que sean sólo sueños. Cientos de miles de niñas pobres se agrupan pidiéndome que tenga piedad de ellas; los hermosos rostros de mujeres jóvenes me llaman: los brazos de los presos y moribundos, cientos de ellos, me atraen con una atracción que no puedo resistir. Escucho una y otra vez la palabra Misericordia, Misericordia que se va haciendo cada vez más intensa hasta que el clamor es tan penetrante que despierto temblando. Esto ha estado sucediendo por semanas.
(Catalina McAuley)
Oh Dios y Padre providente, que has llamado a Catalina a ofrecerse por los más pobres, en la defensa de los derechos de los necesitados, con una gran confianza en ti, colocándose
en tus manos misericordiosas. Te pedimos, que, al elevar nuestra plegaria a ti, podamos experimentar tu cercanía y tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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