(Ponencia en el Curso de Formación permanente 2012 - Maestro General: P. Fr. Pablo Ordoñe, O. de M.)
A modo de punto de partida...
Teniendo como punto de reflexión “La Merced y la Nueva Evangelización”, no pude menos que partir de la tradición mendicante, donde se nos enmarca a los mercedarios, junto a 16 Ordenes más. La Iglesia universal nos incluye en este grupo de religiosos, por tradición, por nuestra manera de recolectar limosnas en favor de los cautivos, por la manera de articular los ejes de nuestra vida religiosa en términos de fraternidad, de comunión con las Hermanas y Monjas Mercedarias, con los laicos integrados a nuestra misión y de constitución de comunidades y por la ordinaria dinámica que caracteriza nuestro discernimiento en favor de la misión liberadora y la fraternidad. Además, dentro de esta clasificación, estamos hermanados con los Frailes de la Ssma. Trinidad (trinitarios) desde nuestro carácter redentor, nacido del rescate y liberación de los cristianos perseguidos por la Fe, tema que tocaremos en otra oportunidad.
He querido articular nuestra reflexión a partir de un trabajo de reflexión elaborado por el P. Bruno Cadoré, o.p., y compartido en la Unión de Superiores Generales (USG), que acompaña nuestra reflexión y acción en el mundo. Ciertamente, integraremos nuestro punto de vista mercedario y redentor.
No es la mendicancia, una realidad que hayamos ahondado demasiado en nuestra formación y tradición mercedaria. Sin embargo a la hora de repensarnos desde nuestro contexto original y ante el desafío de la fidelidad creativa, debemos apelar a puntos de referencia que nos ayuden a repensarnos como Orden, desde otras miradas, desde cómo nos miran en la iglesia.
Mendicantes con los mendigos de libertad…
Hay muchos mendigos en nuestras calles y llevan la huella de lo que les ha conducido a este estado de «desamparo»: pobreza endémica, enfermedad física, migración obligatoria, sufrimiento familiar…El primer vínculo que se impone entre mendicidad y evangelización es también evidente: para todos estos hombres, mujeres y niños ¿cómo es, cómo puede ser el Evangelio una buena noticia?. Para Domingo de Guzmán, para Francisco y para tantos otros, como Pedro Nolasco, la opción por la mendicidad era una manera de hacer suya la condición de desamparo de los pobres. De con-dolerse con el otro, con el oprimido. No fueron indiferentes ante los gritos de tantos.
Valiéndonos de la palabra de un filósofo francés, Vladimir Jankélévitch, introducimos nuestra conversación, subrayando dos características de lo que la mendicidad dice al mundo. Para este filósofo (Les vertus de l’amour, Tome I), la mendicidad:
1- « expresa un estado inestable, provisional y que no puede durar, que está llamado a transformarse;
2- al faltar una verdadera justicia, la única capaz de compensar y anular la injusticia, la mendicidad hace que el escándalo de la injusticia sea sensible para todos, chocante para todos e intolerable para todo el mundo» (p. 313). Al presentar la realidad de la iniquidad escandalosa para los hombres, la mendicidad es signo de la necesidad de una lucha por la justicia. Es una llamada a asumir una responsabilidad que nos haría mutuamente libres.
Y sigue escribiendo: « El desnivel de la desigualdad solicita de una manera natural la limosna. La mendicidad es invocación y alocución al prójimo, oración que implora no la misericordia sobrenatural de Dios, sino la piedad natural de otra criatura: solicita por medio de la súplica, una voluntad libre que no es posible doblegar por obligación, ni expropiar por medio de la violencia, ni estafar por medio de la astucia; se dirige a lo que en nosotros hay de compasivo, gratuito y nunca obligatorio. Pero al mismo tiempo este gesto atractivo de la mano tendida, y tendida para recibir, es también el gesto expansivo de la ofrenda, el gesto de la proposición y no de la agresión, el gesto de la paz: el mendicante tiende la mano para obtener y, recíprocamente, para que se le dé; él mismo hace el gesto de dar: …pero su mano ¡es una mano vacía! La pobreza golpea a la puerta de la caridad y este cara a cara de una caridad gratuita que responde sí, y de una pobreza que pide misericordia, es literalmente un dúo de gracia». La mendicidad evoca asimismo que la responsabilidad se funda en un destino de humanidad compartida. Para Nolasco esta mano tendida no representa, sin embargo no tener nada, significa comprar a muchos más y sumar al donante en una obra liberadora que ni siquiera puede imaginar.
Me parece, que estas frases luminosas del filósofo podrían ilustrar la manera en que Aquel (Jesucristo) que se dio a conocer como Hijo de Dios, anduvo por el mundo haciendo el bien. Y es posible que estemos ante la figura que ha inspirado esta nueva manera de evangelizar con la Palabra de Dios, que fue la de las Órdenes mendicantes.
Los mendicantes y la evangelización
A continuación presentamos cuatro caminos para entender la vida de los mendicantes frente a la nueva evangelización:
1- En primer lugar la itinerancia. De este primer medio vamos a retener tres retos principales. En primer lugar un reto teologal. En efecto, para los mendicantes, se trata de poner la propia vida a disposición de la misión de Cristo y situarse, no solamente en pos de Alguien cuyas acciones habría que intentar imitar, sino más bien dejar que sea Él quien inscriba en cada uno su propia huella. Salir, dejar las seguridades, ir hacia lo desconocido, alcanzar a los que esperan, es una de las primeras formas de ascesis de los mendicantes, es decir uno de los elementos esenciales de la consagración de su vida. A su vez, sus comunidades fraternas se construyen en esta perspectiva de lo incompleto de la comunión eclesial, impulsando hacia la misión.
La itinerancia conlleva, pues, un reto eclesial en la medida en que compromete una nueva forma de vida consagrada, de vida religiosa. Las estructuras que da la itinerancia a esta forma de vida consagrada son de movilidad (“donde la libertad nos reclame” más allá de las estructuras provinciales, que hasta ahora y en muchos lugares nos sirvieron) y, por ello, la organización de las comunidades y de la comunión de las comunidades en una Orden, crea claramente una ruptura con la forma de vida monástica. Este tipo de cambio plantea necesariamente la cuestión de las modalidades de organización de esta comunión, la manera de articular el lugar irremplazable de cada uno en la misión apostólica de la comunidad, la prioridad dada al bien común, y la discusión entre todos de lo que atañe a todos, para colocar jalones democráticos en vista de la búsqueda de la unanimidad. Y así, la noción misma de obediencia, se encuentra iluminada de una forma nueva : « como tú me has enviado, yo también te envío». Obedecer a la misión común, en el mismo movimiento en que se obedecerá al servicio del bien común buscado en la unanimidad. Probablemente es lo que ha llevado a hablar de «obediencia apostólica », convirtiéndola en una de las observancias regulares.
El tercer reto que subrayamos es el de la relación con el mundo de los mendicantes de quienes se ha dicho que tienen el mundo por claustro. Este rasgo es importante para indicar, una vez más, un aspecto particular de la nueva forma de vida religiosa que está a punto de inventarse a sí misma: la ruptura con el mundo acontece en la inmersión en las realidades del mundo, animados por la convicción de ser llamados a “no ser del mundo”. Esta distancia instaurada por medio de la amistad con el mundo, inscribe a su vez en el corazón de las realidades del mundo la brecha de lo incompleto. Una brecha inscrita también en el seno de la Iglesia, siempre expuesta por su inevitable institucionalización al riesgo de encerrarse en sí misma, cerrarse al mundo o, por el contrario, identificarse con él.
2- La mendicidad es un segundo medio de evangelización. Aquí hay que subrayar que la denominación de mendicantes no viene de los fundadores, sino de sus detractores en la segunda mitad del siglo XIII, en particular de los universitarios de París que reprochan a los mendicantes ser unos falsos pobres que roban el dinero a los pobres. Es posible que hasta hoy esta polémica ponga en tela de juicio esta mendicidad. Nos parece que podemos destacar, una vez más, tres características importantes que concurren en la definición de esta forma particular de vida religiosa. Como es sabido existe la pobreza y el lugar señalado que le otorgan Francisco y sus tradiciones, pero existe al mismo tiempo una prudencia que lleva a los mendicantes a rechazar la posesión de bienes a través de las comunidades de bienes. Sabemos de sobra que esta intuición habrá sido difícil de mantener, pero también que alejarse de ella plantea problemas que dificultan la libertad ligera de la itinerancia. Para Nolasco, que fue comerciante y compró cautivos, la pobreza se traducía en “bienes y vida en favor de los cautivos” y había que tener más para rescatar a mas hermanos. Y cuando no alcanzaba llegaba el despojo total, en clave de mendicidad: la propia vida en gesto mendigo de libertad y de oportunidad para seguir creyendo, aunque sea clandestinamente.
Quizás lo que hace falta sea crear un vínculo estructural entre este rechazo y la práctica de la mendicidad, que es una manera de exponerse a la precariedad, es decir tomar conciencia de la necesidad humana de acumular para tener la ilusión de la seguridad de la existencia. Ahora bien, para los mendicantes, lo que asegura la existencia es el lazo de dependencia que crea la mendicidad con aquellos a quienes piden hospitalidad – libertad y que anuncia que con ellos, y mucho más importante que ellos, está el Hijo de Dios que mendiga hospitalidad – liberación y que, a su vez, ofrece hospitalidad – liberación a ese mundo que ha venido a abrir para Dios. Nos parece que esta noción de hospitalidad – liberación es algo central en las tradiciones mendicantes y signo, una vez más, de la pasión por el misterio de la Encarnación.
Nos parece importante subrayar que, lo mismo que el voto de pobreza en general, la opción por la mendicidad es la manera según la cual los religiosos de estas Órdenes quieren estar al lado de los más pobres. La mendicidad pone en evidencia la realidad de dependencia vivida (y el sufrimiento personal que supone cuando la mendicidad es «sufrida»), y la realidad de las estructuras sociales, económicas y políticas que obligan a algunos a padecer la mendicidad.
3- El encuentro es un tercer medio puesto en marcha por los mendicantes para la evangelización. Podemos distinguir tres figuras de este « método del encuentro ». En primer lugar se trata de un encuentro animado por la compasión. Creemos que es necesario evitar una comprensión demasiado superficial de estos gestos de compasión que la limitarían al solo registro de « relaciones cortas ». Son gestos que testimonian esa compasión de la misma manera que en la humanidad de Cristo se ha manifestado el inagotable misterio de la caridad que puede transformar el mundo, mientras que los gestos humanos se inscriben en un registro más particular. Pero, a través de estos impulsos de compasión, lo que lleva a comprometerse para transformar el mundo es la indignación ante la exclusión y la injusticia, como bien lo indican las tradiciones mendicantes, siempre que el combate por la justicia y por la paz formen parte integrante de la predicación del Reino de Dios. Junto con el encuentro de la compasión, está el encuentro del diálogo: a través de la conversación con sus contemporáneos, los mendicantes tratan de encontrar las palabras humanas que les servirán para hacerse entender y para reconocer una Palabra que les supera. Diálogo que, llevado a paridad, apuesta por afirmar la inteligibilidad del mundo y la de Dios, el despliegue de este vínculo de la palabra humana, el intercambio de razones, “la negociación” diríamos los mercedarios. Optar por este método del encuentro llevará también a los mendicantes a ir al encuentro de culturas de las que ignoran todo, de modos de expresión y de pensamiento que no les son familiares. Y hay aquí, una vez más, la afirmación implícita de que el conocimiento de Dios y de su presencia que actúa en este mundo, exige aceptar lo incompleto del propio conocimiento, del propio pensamiento, de la propia comunidad humana de pertenencia.
4- El estudio es un medio constitutivo de la misión evangelizadora de los mendicantes y viene otra vez a reforzar esta toma de conciencia de lo incompleto. Testigos de ello son las primeras grandes figuras que despuntan : San Buenaventura, Duns Scot, San Alberto Magno, Santo Tomás y muchos otros. Pero, más allá de estas figuras destacadas, hay que subrayar que a lo largo de su itinerancia, los mendicantes han hecho un alto en las universidades a las que han enviado a sus hermanos para que estudiasen y luego, progresivamente, han asumido responsabilidades de enseñanza. Este apego al estudio marca todas las tradiciones mendicantes hasta nuestros días (el curso Salmalticensis de los Carmelitas, el Agustiniano …). Se trata de un signo de la atención dirigida al movimiento de la vida de estudio de la época y de la confianza puesta en la capacidad de la razón, desde la necesidad de hacer dialogar la fe y la razón o, más bien, el corazón y la razón. Es también signo de una cierta manera de realizar el trabajo de la razón creyente que, a la hora de la confrontación, confía en la sed de conocimiento y de búsqueda de verdad de su época y en la inscripción de esta fe en la historia del pensamiento. Los mercedarios debemos capacitarnos para comprender al hombre y adentrarnos en su cambiante realidad de opresión desde los ámbitos educativos, antropológicos, sociológicos, teológicos, macro e interculturales, que nos permitan poner en marcha y al día el observatorio de las cautividades y de la libertad amenazada.